Divulgación musical
Música y dictadura
Por Julio F. González Iramain –Prof. de Música, Lic. en
Comunicación Social – Director de la Escuela Superior de Música de La
Rioja. (0380) 442-1119 jgonzaleziramain@yahoo.com.ar
“Y bien, finalmente llegó el mes de marzo del 76 y
pasó lo que pasó, tuvimos que hacernos cargo de que había que abandonar la
ciudad y el país y poner proa a España si queríamos seguir viviendo, y cuando
tras muchas horas de viaje se nos iba acabando la provincia, cerca de los
límites con Córdoba, medio adormecidos por el silencio del desierto y por los
años oscuros que empezaban, vimos cruzarse con nosotros un camión procedente de
la pampa húmeda, y en su carrocería, con su embalaje de árbol de navidad
europeo, nada menos que el Krämer (un piano) mitológico, que al no encontrar destinatario
regresó sin pena ni gloria hacia un destino incierto”. Así relataba el músico y
escritor riojano Daniel Moyano el comienzo de su exilio durante la dictadura
militar. Después de años de vivir en La Rioja con su mujer Irma, habían podido
traer el piano de ella hacia La Rioja, justo cuando debían irse para escapar de
los Llerena y los Menéndez, para no correr la suerte de Monseñor Angelelli y
tantos otros…* La anécdota no es menor: el piano venía y la música (Moyano y su
mujer) se iba hacia destinos inciertos para no regresar jamás. Y así paso con
escritores, pintores, poetas e intelectuales: un país que se oscurecía y
achicaba, que se recluía en el hogar del toque de queda de la bota neonazi
“procesista”, que dejaba de tocar, publicar, pensar, crear e imaginar; que
entraba en la hora más oscura de su historia.
Bailaste los discos de moda
Todos conocemos la fatídica historia de la dictadura
militar, las desapariciones de personas, los exilios y todo lo demás, y no es
esta columna el lugar para hacer un nuevo análisis político del tema. Pero para
aportar al recuerdo y la reflexión sobre esos días vamos a abandonar por esta
vez el perfil técnico que le hemos impuesto a este espacio para recordar
sucintamente la conflictiva relación entre la música y la dictadura militar.
Acaso quienes más sufrieron persecuciones y exilios por parte del terrorismo de
Estado hayan sido los artistas populares quienes, por su cercanía con las masas
y su realidad cotidiana, estuvieron siempre expuestos a inquietar al poder y sufrir
sus represiones. Folkloristas y rockeros son en este sentido las principales
víctimas de los años negros. Desde el sospechoso “accidente” que sufriera Jorge
Cafrune, hasta los exilios de Mercedes Sosa, Horacio Guaraní, Litto Nebbia,
León Gieco o Piero, por nombrar sólo algunos. Los otros, los que se quedaron,
sufrieron los aprietes de la censura oficial (el mentado “Comfer, por ejemplo)
y la represión policial a la salida de cada concierto.
La dictadura militar tuvo una primera etapa en
extremo sangrienta, una vez usurpado el poder en 1976. Pero los años anteriores
ya se había iniciado la represión con la “triple A” de José López Rega. A fines
de 1975 se estaba produciendo ya la feroz cacería a la guerrilla trotskista
(ERP) en Tucumán. La música popular argentina de la época tenía una gran
vitalidad, en gran parte heredada de los grandes movimientos sociales y
culturales de fines de los años sesenta en la Argentina post Cordobazo. El
folklore tenía un gran circuito de festivales y peñas (similar al actual) y una
enorme presencia en las disquerías. Algo similar ocurría con el Rock nacional
que desde principios de los años 70’ había conquistado a los jóvenes con grupos
como Los Gatos, Almendra, Pescado Rabioso o Manal. La dictadura veía ambos
fenómenos culturales como una amenaza, aunque el rock era sin dudas el más
peligroso porque era música para jóvenes y realizada por jóvenes. Y los jóvenes
eran un sujeto social amenazante a los ojos de los represores, fuente de la
mayoría de los cuadros de la guerrilla y siempre dispuestos a querer cambiar el
mundo. Además, ya existía el antecedente del Cordobazo y del siempre presente
apoyo de las juventudes a las protestas sindicales. Y el rock, como subproducto
de la cultura juvenil, no era ajeno a esto. La dictadura combatió a los jóvenes
asesinando y torturando a cuadros guerrilleros y militantes, y censurando y
reprimiendo cuanto concierto juvenil pudiera. También se encargó de amenazar a
sus artistas para que abandonaran el país. Además, la dictadura fomentó la extranjerización
y la banalización cultural promoviendo en radios y tv artistas livianos y
pasatistas, tanto extranjeros como nacionales. Desde Rafaela Carrá hasta Palito
Ortega, desde los Bee Gees a Village People, la idea era oponer una cultura de
masas movilizadas (en los conciertos, en las cartas de lectores de las
revistas) a una cultura de masas “inmovilizada”, recluida en la privacidad de
los hogares, bajo la atenta mirada de padres que protegían a sus hijos y
estigmatizaban a los jóvenes que “algo habrán hecho”.
Astiz y la bossa nova
Aparte de ser patéticamente célebre como asesino o
torturador serial en la ESMA, el marino Alfredo Astiz ostenta el ignominioso
récord de haber secuestrado y asesinado al pianista brasilero Francisco Tenorio
Cerqueira. Apodado “Tenorinho”, tenía 33 años y había venido a tocar al país
con Vinicius de Moraes en el teatro Gran Rex. La noche del 18 de marzo de 1976
fue capturado en la puerta del hotel Normandie donde la delegación se hospedaba
en Buenos Aires. Nunca se aclaró si al pianista lo confundieron con un
guerrillero local o si su secuestro formó parte del Plan Cóndor**. Pero
Cerqueira tenía barba, anteojos y pelo desaliñado, razones suficientes para
estar en peligro en la época.
Argentina hacia el mundial
Hacia la iniciación del Mundial de fútbol de 1978 la
dictadura había cumplido parcialmente su objetivo: había barrido casi a una
generación, las políticas económicas del capitalismo salvaje de Martínez de Hoz
lograban (con endeudamiento externo) que los argentinos viajaran a Miami y en
las radios se escuchaba música anglosajona o artistas locales insospechados de
cualquier contenido “subversivo”. El cine inundaba las pantallas con
banalidades de Jorge Porcel o Carlitos Balá y la televisión hacía el resto.
1978 fue un año de una gran crisis para el rock y el folklore con gran cantidad
de artistas exiliados. El concierto de rock prácticamente había desaparecido. Y
entonces llegó el mundial.
Dicen las malas lenguas (siempre hay alguna de
ellas) que el capitán Lacoste y la organización del mundial 78, autodenominada
pomposamente EAM78 (“ente autárquico mundial 78”) le pagó una cuantiosa suma de
dinero al genial compositor de películas italiano Ennio Morricone (el de Il
Postino, La Misión y tantas otras) para crear la banda de sonido de la copa del
mundo. Morricone, según estas malas lenguas, les entregó una escueta melodía
que había sido descartada de la película “Sacco y Vanzetti”. La maestría de
Morricone es evidente ya que se trataba de una melodía pobrísima que el músico
la repitió y la varió de diversas formas y orquestaciones hasta lograr unos
cinco minutos de banda sonora. Pareció en realidad un chiste, una humorada de
la que Videla y compañía jamás se percataron. La banda sonora comenzaba con un
grito, “Argentina hacia el mundial” y luego surgía una melodía recurrente con
flautas acompañada de guitarras eléctricas, bajos y batería con una sonoridad
pop muy setentista. La melodía trocaba a veces a modo menor y luego volvía a
modo mayor. A veces eran voces femeninas, y luego masculinas. Luego (¡la misma
melodía!) con vientos. Todo un canto a la vagancia musical inadvertido por los
anquilosados cerebros militares acostumbrados al paso prusiano de las marchas.
Esta melodía fue editada en un disco simple de vinilo (los discos chicos de
antes), con una provocativa (pero decente) modelo italiana en la tapa. El
fonograma tenía de un lado la obra de Morricone, llamada, en un espasmo de
extrema creatividad, “El mundial”, y del otro, más acorde a los oídos
castrenses, la famosa marcha oficial: esa que rezaba “25 millones de
argenti-i-nós” (el acento en “nós” no es un error de tipeo, grafica la torpeza
de la composición).
Tras un manto de impostura
La historia posterior es conocida: En los ochenta
muchos músicos exiliados se animaron a volver al país y el movimiento de la
música popular se revitalizó. En 1982, con la guerra de Malvinas, el presidente
de facto Galtieri instruyó prohibir de las radios toda la música sajona y darle
espacios a los otrora pelilargos subversivos argentinos del rock, al folklore y
al tango. Muchos sociólogos sostienen que el retorno de los recitales de masas
fue clave en la recuperación de la movilización social que terminó horadando a
un gobierno que había fracasado en todo, incluso en su intento de extirpar la
solidaridad social característica del pueblo argentino.
Músicos desaparecidos
Como homenaje a los compañeros víctimas del
terrorismo de Estado, publicamos un listado, seguramente incompleto, de músicos
desparecidos, informado por el Sindicato Argentino de Músicos (SADEM). Hasta la
semana que viene.
-Hector Federico Bachini (sacerdote organista).
-Adriana Irene Bonoldi de Carrera (docente-música).
-Maria Eloisa Castellini (docente –música).
-Francisco Tenor Cerqueira (pianista brasilero).
-Luis Enrique Elgueta Díaz (músico chileno).
-Enrique Eduardo Elía.
-Ruben Esteban Alonso (empleado del SADEM).
-Jose Abel Fuks (docente-músico).
-Pedro Roberto Insaurralde.
-Hector Sergio Reynaud Ríos.
-Rene Russo.
-Roberto Claudio Valetti.
-Carlos Wintelman.
*“Para dos pianos”, relato publicado en el libro de
Daniel Moyano “Un silencio de corchea”; Ediciones Biblioteca Mariano Moreno,
2010.
**El plan Cóndor fue la articulación entre las
dictaduras latinoamericanas para intercambiar tareas represivas, una suerte de
Mercosur del terrorismo de estado.